Leer para vivir

Cuando el niño se apropia de la lectura se siente poderoso. Ya no necesita un interlocutor, alguien que se lo cuente. Poder tomar el libro y leer el cuento o más aún, esa posibilidad de leer el mundo cargado de mensajes lo convierte en un ser independiente.

Tiempo después cuando la infancia es invadida por un ejército de hormonas descontrolarles que le cambian el cuerpo y su lógica de movimientos querrá que su mente sea capaz de descifrar eso de lo que todos se ríen o se enojan pero que no está en la superficie de lo que lee.

Entonces, una vez que se apropie de esa última herramienta que le permita descubrir que «lo esencial es invisible para los ojos» encontrará en la literatura una fuente inagotable de saber.

Antes que profesores de literatura debemos ser lectores. Sin esa pasión que nos anime cada día a enfrentarnos al desafío de un nuevo texto será imposible inspirar a nuestros alumnos a leer literatura.

No dejo de decir a mis alumnos que en los distintos estudios que he realizado a lo largo de mi vida la literatura ha sido un lugar de nutrición intelectual y sentimental. La literatura ha poblado mis trabajos prácticos, mis pensamientos, mis escritos. No hay nada de lo vivido por el ser humano: sus debates, sus preguntas existenciales, sus triunfos, sus derrotas, sus perversiones y su bondad que no esté reflejado en una novela, una poesía o una obra de teatro. Leer literatura es por sobre todas las cosas viajar al fondo del ser humano.

Los hechos que se narran en un cuento son las noticias, lo que se expresa en una poesía es la posibilidad de darles una identidad a los sentimientos, la obra de teatro intenta una representación de la comunicación humana. Pero nada de esas mimesis podrían tener sentido si la obra literaria no interroga al lector.

¿Qué aporta la literatura?

Suelen preguntarme alumnos de una modalidad distinta a la de arte: ¿Profe, para que me puede servir un texto literario en mis estudios de Medicina, de Ingeniería, de Técnico Agropecuario?

Entonces, les digo que aún en el estudio de la carrera como en la profesión que elijan dejar entrar a la literatura lo cambia todo. En primer lugar les digo que La literatura es el fruto de una necesidad humana de contar. Desde que nacemos hasta el último día de la vida contamos, para otros y para nosotros mismos. La literatura nos da herramientas para mejorar nuestro cuento, para hacer posible sobre un mismo tema diferentes formas de contarlo. Les digo: «imagínense médicos, teniendo que contarle a un niño sobre una enfermedad terminal». Ahí estará la literatura para apoyarlos, no para ficcionar lo que le pasa al niño, pero si para saber cómo decirlo, si de una vez o por capítulos como en una novela».

Somos, aunque cueste reconocerlo, seres literarios, personajes de nuestra propia historia, personajes principales de la historia de nuestros afectos, personajes secundarios de nuestros vecinos, villanos en nuestros errores, héroes en los que hemos salvado o dado nuestro hombro para llorar. Somos seres literarios cuyo pasado releemos. Somos seres literarios escritores de nuestro presente y constructores de futuros inimaginables.

La literatura está en nuestra esencia de contar. En nuestra esencia de trascendencia. Somos literatura leída por otros, somos literatura que desea ser llevada al refugio de un abrazo o un beso, pero también literatura que puede aburrir o ser odiada.

Otro alumno pregunta: ¿Profe, como hago para hacer un ejercicio de matemática con literatura? Entonces la sonrisa comienza a ganar el aula, porque parece que me pusieron en la encrucijada de «para eso no hay literatura que valga». Entonces, me quedo en silencio, un buen rato. Creo suspenso como un autor de novela policial. Hago pensar que esta vez le han ganado al profesor de literatura y que no hay respuesta, que la literatura no sirve para todo.

Crece la tensión en el aula. Pienso que en mi respuesta debería estar algo iluminado, algo que salve a la literatura universal. Pero no somos Dioses, ni iluminados, somos seres humanos frente a otros seres humanos buscando respuestas para vivir. Entonces apelo a la habilidad que todo docente debe esgrimir en esas situaciones de la espada contra la pared y digo: «Se me ocurren un montón de respuestas para resolver con literatura ese problema matemático. Pero creo que tengo una idea mejor. Veamos… (Tomo una tiza o fibrón y escribo en la pizarra un ejercicio matemático y dos preguntas: 2x+5=3 ¿Cuál es el valor de x? ¿Cómo podría resolverlo desde la literatura?) Bueno, es hora de pensar. Ustedes en sus carpetas y yo en mi cuaderno. Tenemos una media hora para resolver el problema que nos ha planteado Agustín-«

Entonces después de «eso no vale» o «es muy difícil» llega la calma y todos se ponen a discutir con sus compañeros en la manera de resolverlo desde la literatura. Y estoy seguro que podrán hacerlo, se los digo cada vez que se enfrentan a un nuevo desafío.

Después vendrá la posibilidad de contarles que la literatura en ese ejercicio los ha ayudado a pensar, a escribir con coherencia, a ejercitar la imaginación y la creatividad. No directamente un texto en particular, sino la literatura en general.

Retomo el título de este capítulo, retomo la idea que con la profesora Silvina Castellanos y la profesora Pompeya Luna hemos charlado de que los docentes debemos escribir nuestras prácticas, contar nuestras experiencias como pequeñas teorías de lo cotidiano para compartir con otros.

Creo que la literatura es una fuente de saber inagotable. Que si logramos que nuestros alumnos se apropien de ella apasionándose por la lectura estaremos dándole una herramienta para sus estudios pero más que nada para la vida.

Si tuviéramos el tiempo para detenernos, para tomar fotos, no de nuestros cumpleaños o nuestras fiestas, sino de nuestros momentos de lectura nos daríamos cuenta que en esos instantes de lectura íntima o de lectura social nuestro ser cambia, se transforma, sonríe, llora, se enoja. La lectura siempre nos interroga, nos pone en situación de debate, de pregunta existencialista.

La lectura de literatura nos desnuda, nos eleva y nos arroja al vacío más profundo en cuestión de segundos. La lectura de literatura nos enseña que hay otras culturas, otras ideas, otras formas de bondad y maldad, un pasado que no conocimos, un presente que se esfuma y un futuro utópico o distócico esperándonos a la vuelta de la esquina.

La lectura de literatura no resuelve problemas matemáticos ni físicos pero construye puentes indestructibles que además de conectar espacios, conecta épocas y emociones La lectura de literatura no te engendra, ni te lleva en su vientre, pero te amamanta para soñar.

La lectura de literatura te ayuda a vivir.

Por José M. Iarussi