Diversidad lectora en el siglo XXI y lectura individual, en masa, tradicional o digital

Parece necesario comenzar con una cita de Walter Benjamin sobre cómo la obra pierde su aura en esa reproducción de las masas: “La liberación del objeto de su envoltorio, la destrucción del aura, es distintivo de una percepción cuya sensibilidad para lo homogéneo en el mundo ha crecido tanto actualmente que, a través de la reproducción, sobrepasa también lo irrepetible” (Benjamin, 2012, p. 17). Dicha cita procede de un estudio que me parece muy importante rescatar en esta era del conocimiento digital, en donde la reproducción de una obra no es ya sólo impresa, sino auditiva y digital.

Para Benjamin existía un culto muy importante que poseía la obra (fuera ésta de arte o literaria). Al perder su autenticidad, dice Benjamin, pierde su aura; la obra se daña en esa reproducción de masas. Sin embargo, en la actualidad la reproducción no sólo de obras sino de textos (entiéndase éste por todo aquello que podamos interpretar) nos lleva a pensar que el aura de la obra no se pierde, más bien prevalece y, eso sí, se transforma. El aura se relee en una interpretación a veces más cercana o más lejana, de acuerdo a la época en la que ésta se haya generado. Para Benjamin “la reproducción en masa favorece la reproducción de masas. En desfiles gigantes y festivos, monstruosas asambleas, masivas celebraciones deportivas y, en fin, en la guerra, reproducidas hoy todas juntamente para su proyección y difusión, la masa se ve a sí misma cara a cara” (Benjamin, 2012, p. 44). Sería formidable que viéramos masas de gente leyendo; sin embargo, a pesar de toda la reproducción, la tecnología, la difusión en medios sociales y electrónicos de proyectos y programas de lectura, no ha sido posible encontrar en nuestros países, por lo menos en los latinoamericanos, masas leyendo, encontrándose cara a cara, en presencia o en forma virtual. ¿Por qué si a Benjamin le preocupaba que al reproducirse la obra en forma masiva perdiera su culto, la gente sigue viendo la obra ya sea de arte o literaria como algo que es privativo de unos cuantos?

La literatura debe ser un acto grato, placentero, al que alguien se acerca de manera solitaria y voluntaria.

Será que, como menciona Jitrik (Télam, 2017), todavía no hemos encontrado el placer de leer o el hábito de leer, o “porque leer es un ritual solitario”. La respuesta la buscamos en pleno siglo XXI en donde la información está en las manos de todos, en donde los medios electrónicos y las diferentes redes sociales son generadoras de conocimientos, en donde se puede leer o se pueden crear nuevas formas de géneros literarios, tal como lo es la twitteratura:1

Durante el “Social Media Week” que se ha celebrado simultáneamente en diferentes ciudades del mundo, Márcia Tiburi, escritora y crítica literaria brasileña, resaltó: “Podemos hacer una pequeña revolución en nombre de una vasta y larga literatura, que puede ser leída con cuentagotas por los 140 caracteres de Twitter”. El profesor universitario de Quebec Jean-Yves Fréchette se refiere a la twitteratura como un espacio de libertad donde diferentes formas de expresión son posibles. Este profesor, junto con el periodista Jean-Michel Le Blanc, fundó en 2009 el Instituto de Twitteratura Comparada, recopilando material expuesto en Twitter y realizando seminarios, cursos y actividades (Acuña, 2013, párrafos 2 y 3).

La literatura debe ser un acto grato, placentero, al que alguien se acerca de manera solitaria y voluntaria; la twitteratura puede acercar a los jóvenes a leer, a leer en los medios en los que están acostumbrados, no importa que sea con cuentagotas, tal como se hacía antes en las novelas por entregas que se publicaban en los periódicos o suplementos; lo importante es que se despierta el interés, el hábito de buscar la continuidad de lo que se está leyendo. A este respecto, recuerdo las palabras del maestro Jitrik, quien al ser entrevistado menciona sobre una de sus obras:

Me gustaría que quien lo lea pueda pensar que la literatura puede ser algo gratificante y no sólo objeto de conocimiento. Es una gratificación de una índole muy particular como la comida: uno come para alimentarse pero de pronto uno siente que ciertos platos son gratificantes porque lo hacen a uno encontrarse con un sentido y leer es también un poco eso. Leer es una ceremonia secreta porque es muy individual. Si uno toma un libro entre las manos y se sienta a leer, está solo con el libro. Es un ritual secreto, porque los rituales eclesiásticos son públicos, pero estos no. Uno lee solito (Télam, 2017, párrafo 11).

A pesar de la aseveración de Walter Benjamin de que la reproducción de obras en la era de la tecnología llevaría únicamente al encuentro de masas, parece ser que ese ejercicio solitario y ritualista de leer (del que habla Jitrik) no ha permitido que la lectura se reproduzca para las masas y en las masas. Y en verdad existen tantos libros en los medios electrónicos que bien podríamos encontrar masas de lectores publicando títulos, obras o videos de libros recomendados en sus facebooks, twitters o blogs; desafortunadamente, vemos personas utilizando las redes sociales para publicar memes o difundir información que no proviene de ninguna fuente confiable, crítica. Qué importa que la obra pierda su envoltura, que se corrompa su culto, lo importante es que la obra genere en el receptor su pensamiento crítico, su placer por observar la obra.

Con respecto al tema que nos reúne en esta conferencia, “Cómo se lee el siglo XXI”, creo que a los que somos migrantes digitales nos cuesta trabajo entender cómo leen los jóvenes el siglo XXI. Para ellos leer implica ser “multitarea”. El término acuñado en inglés multitask nos dibuja la nueva forma de leer; los jóvenes leen desde sus aparatos electrónicos, ellos abren ventanas y aplicaciones y pueden ver dos o tres o más al mismo tiempo. Saben que pueden escuchar música y usar sus audífonos mientras navegan en Internet buscando páginas que leen por placer, por búsqueda de conocimiento o simplemente porque tienen que resolver una tarea escolar. A los que no somos millennials nos cuesta trabajo entender cómo apartarse del placer de escuchar música sin realizar otra actividad, ¿cómo puedo sentir dos placeres al mismo tiempo, escuchar una buena pieza de música y concentrarme en la lectura? Para los jóvenes escuchar y leer en los medios electrónicos es posible… ¿Será que saben disfrutar dos placeres o más, o es que viven automatizados y la música que escuchan no requiere de gran concentración? Son preguntas que no me atrevo a contestar; sería necesario comenzar una encuesta y preguntar a los jóvenes cómo enfrentar su dinamismo en ese multitask que les permite realizar tareas por placer y por obligación, todas ellas al mismo tiempo.

Es bueno también preguntarse si los lectores del siglo XXI se han vuelto lectores neuróticos. Según ciertas clasificaciones sobre los tipos de lectores, el neurótico lee varias obras al mismo tiempo. Con el uso de medios electrónicos, es más fácil la lectura simultánea de obras. Mientras en casa puedo disfrutar de la lectura mediante un libro físico, en el autobús, en la sala de espera, o en el café puedo descargar algún e-pub, e-book o PDF y leerlo en mi celular o tablet, ya no requiero de cargar un libro bajo el sobaco o de que mi bolsa pese más, todos los placeres (tomar fotos, escuchar música y leer un libro) los puedo cargar en un aparato que no llega a pesar ni siquiera 250 gramos. Además, punto extra, en la red hay libros para todos, los temas son tan variados que sería imposible mencionar cuántos podemos encontrar. Si deseo leer la obra de san Agustín, no necesito cargar el mamotreto en un bolso especial, ahora puedo entrar desde mi celular o tablet y buscar la obra o descargarla. La figura del intelectual cargando un libro se ha ido perdiendo; ahora no se necesita ser lector para tener el libro físico. La verdad es que nosotras preferimos el libro físico, pasar sus hojas y olerlo, pero también hemos disfrutado de la practicidad que da un e-público; sé que para quienes poseen un Kindle el agrado de leer en él es especial, pueden agrandar la letra, subrayar, dejar la página y reencontrarla al abrir el dispositivo.

La reproducción de la obra, al no hacerse en un libro sino en la pantalla de un aparato, ¿producirá una sensación distinta? No lo creo.

Todas estas maravillas tecnológicas nos indican que el siglo XXI se lee desde otra perspectiva. El lector es dinámico, es promiscuo, multitareas, neurótico o espíritu libre. Encontramos otras categorías de lectores en las que probablemente caigan los nuevos lectores del siglo XXI.

Pero retomando el término de Benjamin sobre el aura de la obra: nos parece que el siglo XXI nos da la oportunidad de replantear el concepto, qué tan importante es mantener el aura per se, creer que multiplicar una obra en diferentes medios es corromperla, destruirla, nos alejaría de promover la lectura o el arte o la cultura. En el siglo XXI el aura de la obra nos sirve para que continúe brillando, para que los miles de lectores formen masas que quieran acercarse al placer de leer, que puedan probar diferentes menús y quedarse con lo que les produzca mayor placer.

Por supuesto, no se puede negar que ver una obra de arte desde su original produce una sensación diferente a la de la reproducción de esta misma en un medio electrónico o en un libro. La obra de arte no se aprecia de la misma manera, pero en la lectura, la reproducción de la obra, al no hacerse en un libro sino en la pantalla de un aparato, ¿producirá una sensación distinta? No lo creo. Quienes ahora acostumbran estar conectados a un aparato electrónico, no tendrán la sensación de haber perdido el encanto; por el contrario, seguirán disfrutando de su aparato electrónico y de la reproducción de la obra de un escritor.

Lo importante no es bajo qué medios se lee, sino cómo se acerca el lector a las lecturas. Menciona Jitrik: “…el analfabetismo es una forma de control político, porque ‘el ignorante, por más que se sienta un ser individual, estará siempre sometido’” (Vargas, 2001, párrafo 3). Con tanta información en el ciberespacio es necesario enseñar a los jóvenes a leer para dejar de ser “ignorantes”. Enseñarlos, como dice Cassany, “a leer detrás y entre líneas”, pero también deben aprender a escribir entre líneas. Así, manipular los medios que están a su servicio para protestar ante las injusticias de un país, de un gobierno; que aprendan a leer por gusto, pero también que puedan utilizar su pensamiento crítico.

El objetivo de los planes de las salas de lectura es promover la lectura por placer. En un artículo publicado en Letras Libres (Ramos, 2015) se habla contra “una” promoción de la lectura; es decir, no se debe promover un solo género de lectura ni un solo estilo de lectura, tampoco se puede pensar en leer todo el tiempo por placer, sin generar un criterio. Dice Cassany que hay que leer desde el desenmascaramiento de las injusticias de las realidades en que se vive:

Para desenmascarar las injusticias la teoría propone varios métodos, como la crítica inmanente o el pensamiento dialéctico (Horkheimer, 1974). La primera consiste en identificar las contradicciones que presenta la realidad. La segunda, en estudiar la conformación histórica de un determinado orden en una comunidad: ver cómo los intereses y las actuaciones de las personas y de los grupos humanos a lo largo de la historia han ido configurando el orden establecido de hoy en día. Con la aplicación de estos métodos, deberíamos tomar conciencia crítica de la realidad y proponer alternativas que sean más justas (Cassany, 2005, p. 1).

Los estudios de literacidad y los programas de promoción de la lectura deben estar encaminados a liberar a los ciudadanos de la ignorancia, del analfabetismo funcional. Se debe leer con la conciencia de que lo que leemos debe ayudarnos a “leer el mundo” (Cassany). Con esa encomienda se busca formar ejércitos de promotores de lectura.

Todos seguimos en esa lucha de lograr ver a la masa leyendo a otras masas. No queremos destruir el culto a la obra, queremos que el aura de la obra siga brillando. La relación de esta promoción de lectura por placer, tan ligada a los programas de literacidad, tiene una función doble; se contagia el placer por leer pero se genera también en esa lectura el pensamiento crítico del lector.

A finales del siglo XX, varios autores acuñan la etiqueta nuevos estudios sobre la literacidad para referirse a las investigaciones y las teorías sobre la escritura que adoptan una perspectiva sociocultural (Gee 1990, Zavala 2002). Estos trabajos proceden de diversas disciplinas (antropología, educación, psicología social) pero coinciden en rechazar la visión psicologicista de la lectura y la escritura como tareas esencialmente cognitivas, autónomas y desvinculadas de los usuarios, contextos y comunidades. Al contrario, asumen que la escritura es una “forma cultural” y un “producto social” ―como cualquier otra tecnología―, de manera que el único modo de comprenderla e investigarla es prestar atención a la comunidad en la que ha surgido. El discurso escrito se integra con el resto de componentes (comportamiento no verbal, organización social, formas culturales) en la vida cotidiana de la comunidad: sólo puede comprenderse y estudiarse atendiendo al conjunto de estos elementos (Cassany, 2005, p. 4).

El lector entra en diálogo con el libro, y a su vez dialoga con todo lo que en él se ha gestado desde su producción tomando en consideración su intertextualidad.

Añadiendo a esta cita de Cassany la idea de Felipe Garrido: “Las escuelas de educación básica en México alfabetizan, no forman lectores” (Israde, 2017, párrafo 1). No sólo se debe enseñar a juntar letras y leer de manera funcional, se debe enseñar verdaderamente a leer, a comprender, a que le sirva al estudiante para su vida diaria; la experiencia lectora que se realiza por placer nos hace conocer la ciencia, la tecnología, nos permite viajar por el mundo, conocer culturas y saber que leer nos abre puertas, nos abre mundos y todo eso nos produce un placer. Para Felipe Garrido, no habría necesidad de que existieran tantos programas de promoción de la lectura si existieran mediadores más eficaces desde la escuela: “Siento envidia de la viruela”, confiesa. “Hacemos una formación, le ponemos a cada uno su vacuna y ya. Pero un lector, para serlo, necesita años y el estímulo de lectores más expertos que él —por eso es tan importante que los maestros sean lectores— y, una vez que tiene el virus de la lectura, queda contaminado, no se le va a ir nunca” (Israde, 2017, párrafo 2).

La lectura es un diálogo, retomando la idea de Bajtín. Según Gómez citando a Bajtín: “‘…la expresión galileana del lenguaje’ (Bajtín, 1934-1935: 183) y su lenguaje ‘es un sistema de lenguajes que se esclarecen mutuamente dialogando’ (Bajtín, 1940: 407)” (Gómez, 2006, p. 4). El lector entra en diálogo con el libro, y a su vez dialoga con todo lo que en él se ha gestado desde su producción tomando en consideración su intertextualidad, su interdisciplinariedad y la cultura desde donde se ha enunciado. La reproducción de la obra en esas masas también dialoga. Es así que se debe considerar la lectura del siglo XXI, un diálogo constante entre sus lectores y la obra reproducida en cualquier medio en el que se haya hecho.

El siglo XXI, para poder incitar a los lectores en potencia, sigue necesitando todavía de mediadores de lectura, mediante los que los niños, los jóvenes y los no tan jóvenes puedan acercarse a la lectura a través de los medios en los que las nuevas generaciones están acostumbradas a interactuar. Concuerdo con el autor Ramos en que no se puede impulsar una sola forma de promover la lectura, las masas necesitan que la obra se siga reproduciendo en esos medios masivos de comunicación a los que ya nos hemos acostumbrado, pero tampoco podemos olvidar que en México y en general en Latinoamérica existen muchos otros contextos como el biblioburro, la bibliobici y otras formas de promover la lectura y de acercarse a un libro. El siglo XXI debe apoyar las diferentes metodologías para acercarse a la lectura. El aura de un libro no debe perderse entre los miles de formas digitales que existen; por el contrario, debe prevalecer en un siglo que ya per se es de incertidumbre y riesgos. El autor de las obras debe arriesgarse a probar diferentes formas de transmitir su obra a sus receptores.

Fuente: https://letralia.com/